En América Latina más de nueve millones de personas dependen de la
actividad minera artesanal y una parte importante de ellas son mujeres y
lamentablemente niños. Retirar a los niños de esta actividad, es parte
del esfuerzo por convertir a la minería artesanal en una verdadera
fuente de bienestar y desarrollo duradero.
Ser un niño en estas
familias mineras es aprender desde pequeño a soportar las inclemencias
de la vida en zonas desérticas, a grandes altitudes o en medio de la
selva, apartados de servicios elementales, muchas veces sin acceso a la
escuela ni lugares de recreo.
Los niños, niñas y
adolescentes comienzan ayudando a sus madres en tareas "sencillas" de
selección de desmonte minero o bateando en el río durante largas horas a
la intemperie. A partir de los 12 años pasan a apoyar en la extracción
del mineral en los túneles, el transporte a la superficie y su
procesamiento, exponiéndose al peligro de explosiones, derrumbes,
asfixia, cargas pesadas, y sustancias tóxicas como el mercurio, cianuro,
ácidos y otros químicos.
La exposición temprana a estos riesgos
afecta a los niños debido a la inmadurez de su organismo, sus mayores
necesidades, menor resistencia, su alta capacidad de absorción y
vulnerabilidad psicológica.
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